I want to express my sincere appreciation to the Robert F. Kennedy Memorial, to Mrs. Robert F. Kennedy, Senator Kennedy, Kerry Kennedy Cuomo and other members of the Kennedy family, for honoring four women and men this year for their efforts in defending human rights in Colombia. It is also an immense honor for me to receive this award in the presence of His Holiness the Dalai Lama because of what he represents for his own people and for all of humanity.
In receiving this award today, I am convinced we are honoring not only our individual efforts, but rather the efforts of hundreds of people in my country, many of them anonymous, who have worked for years in the defense and promotion of human rights, often in the midst of difficult conditions.
I want to thank you for taking a closer look at Colombia, a country in the throes of a serious, two decade-old, humanitarian crisis. This crisis has often gone unnoticed by the international community, despite its horrifying statistics of extrajudicial executions, massacres, forced disappearances, torture and arbitrary detention, all documented by a variety of international institutions.
Colombia is known and respected as a country of democratic traditions. Indeed, its governments are elected by direct popular vote, and the 1991 Political Constitution enshrines human rights as a cornerstone of the Democratic State. However, the type of democracy sanctioned in my country has excluded both the emergence of political opposition as well as the free exercise of basic rights and freedoms by poor and middle-class sectors. Nearly 3,000 leaders and members of the Patriotic Union Party, and more than 2,000 members of the Unified Workersâ Central, have been killed since 1985. Just two weeks ago, in the midst of a state workersâ strike, Jorge Ortega, Vice-President of this union was assassinated.
The human rights crisis in Colombia is taking place within the context of an armed conflict that pits the country's Armed Forces against the guerrillas. In this conflict, the army has adopted a strategy that makes no distinction between armed subversion and legitimate social opposition and protest. This strategy also includes the use of illegal means of persecution, through undercover actions by state agents and the use of paramilitary groups involved in indiscriminate criminal acts.
In the same way, the guerrilla actions have not just been directed against regular armed forces; frequently, the civilian population has been affected. Thus, the civilian population has become the primary victim of the armed conflict, which has deteriorated to an absolutely intolerable level.
Human rights organizations and a variety of social groups in the country have insisted on the urgent need to find a political solution to Colombia's armed conflict. The recent declarations and steps taken by the government of President Pastrana to initiate conversations with the guerrillas give us hope.
At the same time, we are also very worried. Negotiating in the midst of the conflict may intensify levels of confrontation and exacerbate criminal actions against the civilian population. The lack of political will shown by successive governments to put an end to the links between the Armed Forces and paramilitary groups fuels doubts concerning this governmentâs decision to search for stable and lasting peace.
We are convinced that respect for human rights is a condition for achieving peace, and safeguarding such rights are even more urgent in circumstances of conflict. Peace and national reconciliation are goals that must be linked with the search for truth, justice and reparation for victims, as well as with an end to conditions of misery in which nearly half the Colombian population is immersed. Only under these conditions can the peace process engender a democratic future.
Finally, I would urge representatives of the United States and other governments who have expressed interest in the Colombian peace process to act simultaneously on two fronts. At the same time that they encourage a favorable climate for initiating and carrying out peace talks, they should actively engage in observing, monitoring and overseeing the human rights situation and the behavior of the actors in the conflict. Perhaps this will contribute to a decrease in the suffering of many Colombians at the same time that it opens the possibility of reaching a peace accord.
To everyone who accompanies us here today, many thanks.
Permítanme expresar mi agradecimiento al Robert F. Kennedy Memorial, la Sra. Robert F. Kennedy, el Senador Edward Kennedy, la Sra. Kerry Kennedy Cuomo y otros miembros de la familia Kennedy por otorgar este año el premio al esfuerzo de cuatro defensoras y defensores de derechos humanos colombianos. Deseo expresar también la especial emoción que siento de recibir este premio en la presencia de su Santidad el Dalai Lama, por lo que él representa para su pueblo y para toda la humanidad.
Recibo el premio con la convicción de que en él no se exaltan nuestras calidades personales, sino que se reconoce a numerosas personas, muchas de ellas anónimas, que en mi país han trabajado durante años por la defensa y la promoción de los derechos humanos en medio de circunstancias a veces difíciles.
Deseo decir a ustedes gracias por volver sus ojos a Colombia, país que soporta una grave crisis humanitaria desde hace dos décadas. Crisis con frecuencia inadvertida por la comunidad internacional, a pesar de las terribles cifras de ejecuciones extrajudiciales, masacres colectivas, desapariciones forzadas, torturas y detenciones arbitrarias ocurridas en el país y constatadas por diversos órganos interestatales.
Colombia goza del prestigio de ser un país de tradición democrática y, en efecto, los gobiernos son elegidos por voto popular directo y la Constitución Política de 1991 promulga los derechos humanos como fundamento del Estado Social de Derecho. Pero la democracia que se aplica en mi país no ha permitido la emergencia de la oposición política ni ha garantizado el libre ejercicio de los derechos y libertades de los sectores sociales medios y pobres. Cerca de 3000 dirigentes y activistas del partido Unión Patriótica y más de 2000 afiliados a la Central Unitaria de Trabajadores han sido ejecutados desde 1985. Hace apenas dos semanas, mientras se llevaba a cabo una huelga de trabajadores estatales fue asesinado en Bogota, Jorge Ortega, vicepresidente de la Central Unitaria de Trabajadores.
La crisis de derechos humanos en Colombia ha ocurrido en el marco de un conflicto armado que enfrenta a las Fuerzas Armadas con los grupos guerrilleros. En dicho enfrentamiento, las Fuerzas Armadas han utilizado una estrategia que se basa, de un lado, en no reconocer diferencia entre la acción subversiva armada y la oposición y la protesta social legítimas, y de otro lado, en poner en práctica medios ilícitos de persecución, ya sea mediante la acción encubierta de agentes estatales o el apoyo a grupos paramilitares que ejecutan actos criminales indiscriminados.
De la misma manera, la acción de los grupos guerrilleros no solo se ha dirigido contra las fuerzas armadas regulares, sino que muchas veces ha afectado a la población civil.
Así, la población civil se ha convertido en víctima principal del conflicto armado, el cual se ha degradado hasta un límite absolutamente intolerable.
Las organizaciones de derechos humanos y diversos sectores sociales del país, hemos expresado la imperiosa necesidad de la búsqueda de una solución política al conflicto armado que ocurre en Colombia, y observamos con esperanza los recientes anuncios y pasos seguidos por el gobierno del presidente Pastrana para iniciar conversaciones con los grupos guerrilleros.
No obstante, sentimos enorme preocupación porque los anuncios de una negociación en medio del conflicto, puedan ser acompañados por un escalamiento de los enfrentamientos y por la exacerbación de actos criminales contra la población civil. La ausencia de voluntad política hasta el momento demostrada por los gobiernos para poner fin a los nexos de las Fuerzas Militares con los grupos paramilitares, siembra serias dudas frente a la decisión gubernamental de buscar una paz estable y duradera.
Estamos convencidos de que el respeto de los derechos humanos es condición para el logro de la paz, y de que las salvaguardas de tales derechos son más necesarias en circunstancias de conflicto. La paz y la reconciliación nacional son anhelos que deben hacerse compatibles con la búsqueda de la verdad, la justicia y la reparación para las víctimas y con la superación de las condiciones de miseria en que sobrevive cerca de la mitad de la población colombiana. Solo así, del proceso de paz podra emerger un futuro en democracia.
Finalmente, deseo instar a las autoridades del gobierno de los Estados Unidos y de otros gobiernos que han expresado su interés por la paz en Colombia, a que simultáneamente a sus esfuerzos por facilitar un clima favorable para iniciar y llevar a cabo el proceso de las conversaciones, activen su observacion, monitoreo y vigilancia respecto de la evolución de los derechos humanos en Colombia y del comportamiento de las Partes en conflicto. Quizás ello contribuya a reducir el sufrimiento de muchos colombianos en tanto se hace posible la firma de un acuerdo de paz.
A todas las personas que hoy nos acompañan, muchas gracias.